Y el día que llegó Babel, por andar de fisgones en las alturas nos terminamos de dar en la madre, qué necios fuimos al pensar que con una torre llegaríamos al cielo, con razón fuimos castigados millones de lenguajes, símbolos y señales, sin poder comprendernos, vivimos una época solitaria.
Y nos empezamos a alejar del origen, aferrándonos a culturas y costumbres raras. Todas locas, cante y cante, rece y rece, así como sin querer ver ni escuchar nada. Encantados con el ego, nos dejamos llevar por sus brillos, rodeándonos de cosas lindas… perfectas, este ego crece cada que andamos en camiones llenos de desconocidos, cuando nos embriagamos en antros popys y fonditas barateras, plagadas de quién sabe quién que nos hablan de fulanos y de sutanos y de todo lo que hacen y deshacen. Siempre los escuchamos, porque siempre nos encantan las historias.
Total, según esto todo nos vale madre, así nos sentimos mejor, así ya, simple. Al mismo tiempo, cuando nos toca entablar una conversación somos elitistas, no todas las personas serán dignas de escuchar toda la historia, o las historias, así que hacemos una selección mientras conversamos, dependiendo de la confianza será el nivel de actuación o sinceridad, así tipo buena onda, alivianado y si pega, pues ya rifaste no? Se la creyeron y hasta con suerte “bajas al plátano y aterrizas el banano” y al final, nadie conoce realmente a nadie.
Si repetimos este ejercicio de análisis-actuación con cada contacto corto o largo con cualquier individuo de la sociedad con quien nos relacionamos, podemos hacer una colección de máscaras que supera la de el museo de la artesanía. Claro, muchos ya saben perfectamente quienes son y se ven al espejo admirando su personaje construido de fobias y filias. Es en la soledad, frente al espejo cuando se idealiza al propio yo, enriqueciéndolo con el comercio social, que usa y satisface a placer. La cosa es dar lo menos posible de sí, expresando lo menos infiernito personal.
Aceptemos, esto nos lleva cerca a la locura, pero mantiene los apetitos a raya, con miedo que se destruya el mundo como lo conocemos si ejercemos nuestra libertad. Después de todo, algunos les gusta fumar mota, otros tienen impulsos asesinos y otros derraman miel por donde caminan y son tiernos con los niños. Nadie es perfecto.
En fin, como sociedad pendemos de un hilo ético muy delgado, que nos mantiene estables, por así decirlo, siempre al borde del caos y la anarquía, cuyo único precio por la tranquilidad es la libertad de satisfacer a full el ego. Nos tenemos que conformar con saber que el cielo es un caos liberador inconmensurable y que el infierno, son los otros… o al revés.
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